Un desastre futuro y una promesa de anomia han sucedido cuando el ciudadano se ha visto obligado a realizar la función de legislador y exégeta de la ley.
Me doy cuenta de que con mi pesimismo, de agorero sin plaza, he hecho la mejor defensa de la democracia que puedo en este momento. Esto es, que yo no la quiero como el lugar a donde abocan las calles de mi pequeña ciudad (en realidad pueblo) sino en la remota capital del reino, para mí desconocida. M.
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