Tememos, sobre todo,
que nos venza una vez más
esta torpeza de los perdedores
que se adueña de nuestros miembros
a veces.
¿Qué no daría por verme libre
y querer creer en la premeditación
de los encuentros casuales?
No me dejes solo,
cuando escondo la cabeza
debajo del brazo
angustiado
por nada
pregúntame qué pasa
y así ya no estaré solo.
(Como un seguidor del Liverpool
-pentaganador-
cuando juega mal el equipo
y suena la canción.)
Hazme la pregunta a distancia
cuando el aire está envuelto en azul,
de mar o de cielo,
o las veces que cae
oblicua la luz
sobre la hierba seca o dorada
de agosto abrasado.
O házmela cerca,
y que hable yo
hasta con las manos,
llegando allí a donde
la lengua no puede.
Un vaso de vino nos serviría de anillo, de oro rojo, a la distancia que se acostumbra en estas amistosas conversaciones. Que fluya la prosa y las manos, olvidando hasta el sordo azul marino, cuando su belleza se hace insoportable en los retrovisores. Que se olvide también el oro, en los vasos o en la tierra. Con tal de que no se le quiebre la voz al hombre común, alguien que escribe, un desconocido.
***
Si el fútbol fuera un acto de fe, signo de todo o de nada, me gustaría creer que éste fue el más hermoso. Por lo menos así lo recuerdo yo. Una maravilla de emoción y de esperanza. Estambul, 2005.
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