Los orígenes de la iglesia de la tecnolatría: muerto Einstein adoramos la bomba.
Quisimos, aprendimos a amar la bomba, como en la película de Kubrick. Y si adoramos la técnica en su cara y su hora más destructiva, ¿cómo no va a ser lo más sencillo del mundo querer la técnica en sus efectos más benéficos, electrónicos, neutros? Quien desea el fin ya le está diciendo que sí a los medios: esta verdad rebasa ampliamente el campo de la política en el que la localizó el profeta italiano.
Es mi ánimo el que sostiene esas cosas porque yo, por mí mismo, no me veo capaz de pensar nada. Puede ser lo que yo digo, pero también lo contrario, y no puedo dar razón.
Quisimos, aprendimos a amar la bomba, como en la película de Kubrick. Y si adoramos la técnica en su cara y su hora más destructiva, ¿cómo no va a ser lo más sencillo del mundo querer la técnica en sus efectos más benéficos, electrónicos, neutros? Quien desea el fin ya le está diciendo que sí a los medios: esta verdad rebasa ampliamente el campo de la política en el que la localizó el profeta italiano.
Es mi ánimo el que sostiene esas cosas porque yo, por mí mismo, no me veo capaz de pensar nada. Puede ser lo que yo digo, pero también lo contrario, y no puedo dar razón.
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