31 de marzo de 2011

Proyecto de carta para un certamen de epístolas amorosas

Quien me lee me entiende a veces (a veces se me entiende); quien me lee me entiende siempre, si quiere.

Digamos, podría empezar por ahí, que tengo demasiados años como para esperar nada. Los demás tampoco pueden esperar encontrar nada en mí, a no ser un torrente tranquilo de palabras. ¿Se me comprende la contradicción? ¿Que me gusta la contradicción? Mi vida, como la de todos los hombres, debió llegar a su cima cuando cumplí cuarenta. Forty, crisis. ¿What? (Vid. Stanley Brandes.) Entonces, fatalmente, me puse a escribir, a no ser, a ser menos de lo que era. Bien, había cumplido cuarenta y me apliqué todos los símbolos de la edad. Quizás estuviera predestinado a aplicarme los símbolos de la edad. Mi madre había muerto hacía tres años y me vi solo y responsable. De mi existencia y de la de otros. No sé si supe serlo. Posiblemente no. No busco disculpas. Me equivoqué, pero no di un solo paso sin que pensara que la única verdad consiste en el amor. Pero éste es sufrimiento, porque los seres no han venido a la Tierra a ser felices, sino veraces. Gané algo: el convencimiento de que toda presunción consiste en estupidez. (Mal dicho, mal expresado, te quito o te resto nota, a ti, a mi yo: que hay que ser muy estúpido para presumir de algo.) Aprendí a ser tolerante (también quisiera que lo fueran conmigo), a relativizar en aquellos asuntos que no son tan importantes una vez que los padres han muerto. Los padres. No entendí lo que eran hasta que los perdí. Lo sé ahora y lo sabré siempre. Por ellos escribo: quisiera yo algún día que me tuvieran por tan digno como ellos lo fueron para mí ahora que no puedo decírselo. Una virtud consiguieron en mí, quizás a pesar de mí. La de ser generoso. Incluso con los jóvenes. Sobre todo con los que sois jóvenes. Puedo ser seco y duro, estampar mis palabras en piedra y parecer de un dogmatismo inquisitorial. Sabéis que no. Sé que me puedo equivocar, pero Dios, qué vergüenza cuando os hablo mal o se me antoja que he sido injusto con vosotros. Con mi amigo de Huesca, al que cuando vea lo veré como si no hubiera pasado ningún tiempo (Decíamos ayer... ) Con vosotros dos, a los que os quiero por razones distintas. Yo no lo busco, me obligáis. Te veo llorar y no lo soporto, y me siento culpable de algo. Lo ves llorar y el cielo que le dices no me hiere. Al contrario, me asegura de que no me he equivocado. Que en ti hay metal noble: yo lo sabía, me lo dijeron además, y solamente los necios no saben darse cuenta y yo no lo soy. También aprendí a valorar a mis mayores, aquellos que yo tenía por tan sabios que me cohibían. Ahora tengo el orgullo modesto de pensar que también pueden aprender de mí, el hijo de agricultores ágrafos (Apréciese la ironía: yo esto sólo lo puedo escribir llorando.)

...

A ti no te busqué, a ti te encontré ya el día de antes. (Quizás fue el año antes, y si no supe verlo fue porque intentaba beber en otra fuente, de aguas azules.) Si emprendiera un viaje te encontraría por accidente. Si es de noche, en esos casos, se dice que está escrito en las estrellas.

2 comentarios:

Susana dijo...

Preciosa entrada.

José Miguel Ridao dijo...

Corroboro. Es más, preciosísima.