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11 de febrero de 2011
Platónic@, II
De la caverna nos quedamos con el milagro de la salida. Tememos el raudal de luz, pero deseamos, a la misma vez, su chorro súbito. Tememos lo mismo que deseamos. Nos olvidamos de los principal del episodio, sin embargo, si nos limitamos a considerar el milagro de la conversión de la vida de los sentidos a la vida del alma. Nos olvidamos de la escarpada cuesta: de que el saber, y su fruto la verdad, depende del tiempo. Es ésta una experiencia amarga y ni mucho menos exenta de accidentes (episodios, personas). La verdad, al cabo, resulta una cuestión de fe... en los frutos del tiempo.
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