21 de febrero:
El viento de aquí abajo, esta noche, no mueve las estrellas, ahí arriba. Despeja las nubes.
Nuestros ojos no se merecen tanta belleza como la que encuentran en los rincones más insospechados. No hablo desde el p. de v. del pecador contra la ética, del indigno por antonomasia, sino como quien comprende que el mundo no está en deuda por ser. Que todo es gracia.
22 de febrero:
Estoy en la ciudad de siempre, en G. me parece (aunque esta interpretación pertenece a la vigilia, a lo que te digo). Por la noche. En todo caso recuerdo unas calles oscuras, unos edificios viejos. Sorprendentemente nos encontramos (¿quién me acompaña?) delante de un acantilado. Mejor dicho, en un muro que da al acantilado. Veo una ventana, y tras la ventana el mar. Hago una foto. Veo un cuadro. De Magritte. Lo sé ahora.*
Una cena con personas o personajes conocidos por mí. Percibo que estoy siendo juzgado, especialmente por las extrañas mujeres, hombrunas, que están en la mesa, en una especie de tarima, con Luis X.
Esta tarde:
Signos de la mudanza de las cosas humanas: en este mismo texto/entrevista a Lyotard, de 1986, Apenas una generación después, la política tranquila, no entusiástica, ni revolucionaria, que aparece mentada en las respuestas del pensador francés, ha quedado en nada. Vuelve el entusiasmo en aparentes regiones muertas. Quién se atrevería a vaticinar que no vuelva a ocurrir eso mismo en el centro proclamado del mundo, en Europa!
* El cuadro estaba ahí, en el sueño. Desaparecieron, el cuadro y el sueño. El cuadro ya estaba de antes, lo había pintado Magritte. ¿Alguien más? ¿Por qué no ha de ocurrirnos, en un sueño o en un amor, en todo aquello que se desvanece porque es valioso, por qué no ha de aparecerse algo que sea nuevo, diferente- todavía no pintado ni escrito?
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