Sostiene esta amiga que hay algo de sagrado en el cuerpo de los jóvenes. Lo delatarán los ojos de los que miran, digo yo, que son los que ponen los dioses y entronan la belleza. Yo no estoy nada seguro de que haya algo de sagrado en ningún cuerpo, a no ser el de los niños: cuando lloran porque está el padre y creen que le han fallado, cuando depositas tu confianza en ellos y ellos te la devuelven de inmediato, cuando abren los ojos como platos si les llevas la respuesta del problema escrita en una mano, cuando agarro tu pequeña mano, entrelazo mis dedos con los tuyos y los beso, tus dedos de niña que a estas horas, cuando te veo, ya tenías que estar dormida. Te doy mi mano, como se la dan los hombres, y nos hacemos una promesa, como sólo se la hacen los padres a sus niños, conociendo yo que lo que afirman mis ojos tú lo entenderás alguna vez. Sabrás que te amo sin condiciones, y que ésta es una grata obligación y un dulce sufrimiento.
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