Sorprendente. Un poco menos de frío y todos los almendros, absolutamente todos, habían extendido su alfombra blanca en el llano. Las ventanillas cerradas del coche no impedían del todo el paso del olor más hermoso del año, [el que corresponde a ese color tan dulce.]
Sirvan las anotaciones del paisaje como signum temporis.
Pasan los días uno tras otro, como lágrimas gemelas, y son la arquitectura invisible e inviolable de la vida, ajena al ruido de pasiones, tan alta que no se alcanza a ver su techo, ya que es infinita y los hombres no la podemos comprender ni abarcar. Infinita pero a la vez efímera, porque el día de ayer desaparece cada nuevo amanecer. (José Miguel Ridao)
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