Sobremesa, II
Existe una belleza inenarrable en los libros dispuestos como al descuido en los anaqueles de las casas burguesas. En el envejecimiento noble de las páginas y los lomos, en el tono como de bronce viejo que se les va poniendo y que no les afea igual que a nosotros la tristeza del cuerpo. Un solitario tiene que apreciar esto, y cifrar en esa hermosura extraña una justificación de sus horas y el sagrado deber de una adoración continua. En nada le cambia la existencia, no tiene que falsificarse. Seguirá escribiendo en las mismas mesas de los cafés (blanco y negro de las fotos, sepia de las vidas) sobre esta virtud tan ajena del tiempo, la de embellecer los objetos y humanizarlos, que a él le está vedada. Seguirá acariciando algunos de esos libros, la piel dorada...
No hay comentarios:
Publicar un comentario