El mundo (el mío de testigo, el tuyo de lector) se refleja en el lenguaje que lo reitera y lo asienta. Oscuridad densa, una llovizna más fina que su nombre, la banda azul gris, lavada, de la carretera entre el verde naciente de la tierra, a uno y otro lado. El mundo, estos primeros días, sin hacer: el tuyo, que me escribes; el mío, que te leo.
En algún sitio suena Willy DeVille y las luces de los coches se abrazan con la niebla.
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