2 de enero de 2011

Día primero de la virtud inducida

Soy un sincero, hasta afectuoso, seguidor de los gobiernos y de sus buenas intenciones. Aunque también hay veces que me visitan las malas tentaciones de pensamiento. La ley antitabaco, v. gr. Como exfumador, nada me satisface más que el gobierno dé rango de ley a mis cuitas (todavía sueño con el cigarrillo). Pero como débil persona que sospecha de los gobernantes, de su bondad y y de su virtudes dianoéticas, no me acaba de convencer esta pasividad mansurrona con la que los viciosos aceptan someterse a la norma que les obliga a la virtud, ni esta posibilidad que se le concede a personas malintencionadas para que ejerzan la delación sobre el delincuente. El gobernante, o ha olvidado las enseñanzas de las tradición totalitaria o la tiene muy presente. Pero este último pensamiento (que llevaría a la conclusión del cinismo estatal), del cual ya me estoy avergonzando, no se basa en nada más que en la temida equivalencia de razón y fuerza. El político, a este respecto, no constituye un ser aparte. Yo sí.

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