El alma, además, suele estar apenada, por eso nadie quiere el mundo de los muertos y, llegado el caso preferirá la suerte viviente del último de los hombres: del porquero de Agamenón que dice verdades o del que se aproxima a la venta donde Quijano vela las armas y entrena su locura. (Vid. Platón,
República, Libro VII)
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