-De ánima-
Si un viajero un día saliera, bajando de la montaña, por el río de tiempo, con el fin de pagar una antigua deuda de amor -lo cual debe suceder según ese encadenamiento inexorable de las causas y los efectos que no deja nada al azar en este mundo de la ilusión, sostiene la antigua secta--- yo no sé hacia qué lugar debería encaminar sus pasos y en qué lugar encontraría su alma, su par...
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Lo que escribo y lo que pienso -y estoy continuamente pensando, a fin de escribirlo inmediatamente o en el menor plazo posible- me distrae de lo que no soy. Hago público un exterior a partir de un inexistente interior. Soy un creador, un pequeño dios para mi. Yo soy yo y mi yo.
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La habilidad para contar va en proporción inversa a la ansiedad por contar. [La habilidad para decir va en proporción directa al hundimiento, no obstante.] Esto no tiene nada de extraño. Realmente no sucede casi nada que merezca su repetición narrativa, y así redoblar el tiempo sucedido en tiempo revivido. Una música de tambor para evitar el silencio de los hechos muertos y enterrados. Esto, por una parte. Además, quien baila no termina de conocer a su pareja, envuelto en la música y en la magia del deseo, ganado por el instante, no sé si por el amor. Necesita salir de la pista, dispersar su atención, dejar gastar el tiempo... a fin de poner algo de orden en sus asuntos. Entonces, solamente entonces, la narración sucede, la vida renace,el héroe vuelve de los infiernos. Ahora bien, yo no sé cuándo esto ha de pasar...
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