7 de noviembre de 2010

C. 1980

Conocí entonces, yo era tan joven, al hombre delgado, en el local que regentaba. Alto, bien parecido, tranquilo. De los que deben gustar antes de que los abandonen. A causa de su exceso de tranquilidad, justamente. Del riesgo que se ve en la mirada de otros. Pero, ¿qué riesgo, Dios mío? El otro era mucho peor, los nervios en ninguna parte, y todos los días y a todas horas acodado en la barra... Esta noche vi de nuevo al hombre delgado, mayor, más que mayor viejo, rendido. Lo vi mientras abría la puerta de su casa y de su abandono. Me miró un momento, yo estaba al otro lado de la calle, mientras él entraba en el portal. ¿Sabía acaso que yo sabía? Aunque yo no conozca los hechos, yo conozco el hundimiento. Esto que yo sé se transparenta en los pasos que se dan aunque la luz sea escasa y uno tenga prisa por entrar.

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