Nos sucede a veces embarcarnos en proyectos en los que los demás no creen. Nosotros mostramos tener fe, a pesar de todo, pero su desconfianza nos va minando. Llega un momento, justo antes del abandono, en el que nos hemos vuelto máximamente susceptibles a cualquier palabra. El abandonar nuestras intenciones, sea cual sea la obra dejada, nos evita el trago de volvernos paranoicos por completo. Sigamos con John Locke.
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