Del carácter nacional:
Kant (1991[1798]), tras
referirse a los rasgos específicos comunes de la especie humana, o a sus
facultades intelectuales y afectivas (conocimiento, sensibilidad y
pasión), aborda la cuestión de los caracteres nacionales. Lo hace en una
sección concreta dedicada al “carácter del pueblo”, incluida en la
segunda parte de su Antropología en sentido pragmático, que a su
vez titula “Característica antropológica” o “De la manera de conocer el
interior del hombre por el exterior”. Dicho título es muy revelador,
pues el filósofo alemán entiende
que los caracteres tienen un reflejo fisonómico en rasgos y gestos. La
aludida sección recoge numerosas observaciones, no exentas de
estereotipos –como se verá luego para el caso español–, relativas al
carácter específico de diversos pueblos europeos tal y como éste
manifestaba ser en la época.
Montesquieu (1980[1748]:
197-248) fue sin duda el más destacado representante de la idea de la
influencia del medio físico en la civilización, tal como puede
apreciarse en los libros XIV a XVIII Del espíritu de las leyes.
Si el punto de partida de la Ilustración, coherente con la creencia en
la idea de progreso y base de los proyectos universalistas, era la
identidad básica del género humano tanto en lo físico como en lo moral,
había que explicar entonces las grandes diferencias existentes en las
costumbres y las instituciones. Es decir, dado que la naturaleza humana
era única y los hombres esencialmente iguales en cuanto a capacidades
físicas y mentales, era preciso dar razón, por ejemplo, de los grandes
contrastes existentes entre pueblos “civilizados” y “salvajes”. Pues
bien, continuando una larga tradición intelectual que en sus orígenes
remotos podría remontarse al mismo Hipócrates y que en Francia contaba
con representantes tan ilustres como Jean Bodin, Montesquieu justifica
todo tipo de diferencias culturales a través de un extremado
ambientalismo climático, afirmando además que las leyes, para poder ser
consideradas buenas, debían adecuarse a su vez a la diversidad de
costumbres y temperamentos inducida por el clima. En concreto, en
relación al carácter de los distintos pueblos Montesquieu sostiene que
lo que hace que éstos difieran sustancialmente es el clima. Así, por
ejemplo, intenta demostrar que los climas fríos producen un mayor vigor,
que va acompañado de virtudes tales como la valentía, la seguridad, la
confianza y la franqueza, así como de poca sensibilidad para los
placeres[5].
Las rotundas tesis
ambientalistas de Montesquieu fueron ampliamente atacadas en su época,
siendo Hume –al que seguidamente se hará referencia– uno de sus críticos
más destacados[6].
Sin embargo, en un tono más matizado, dichas tesis también encontraron
eco en buen número de autores europeos de muy diverso bagaje
intelectual, tales como el afamado médico William Falconer, el miembro
de la ilustración escocesa Adam Ferguson, o el jesuita español Juan
Francisco Masdeu[7].
(Ramos Gorostiza, “CARACTER NACIONAL” Y DECADENCIA EN EL PENSAMIENTO ESPAÑOL)
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