29 de agosto de 2013

Almería, 29 de agosto

Llueve, profusamente sobre esta tierra reseca de ramblas y páramos, olvidada de los hombres y hasta de los dioses. El oro es líquido, incoloro, inodoro e insípido. Nada de petróleo, agua del mal. Cuando los paisanos oyen llover, hacen caso. Como quien oye llover no es la expresión correcta aquí. De día algo te dice que está ocurriendo algo extraño. No entra la luz por la ventana con su costumbre de abundancia. La habitación está como recogida en sí misma. El sonido casi olvidado, quien oye llover, despeja la incógnita. Por la noche aún es más bello, si bello puede ser lo oscuro. Y puede serlo con tal de que sea fecundo. El sol se fue a sus aposentos al otro lado, y para alumbrar los hechos, que el agua irriga barrancos, ramblas y árboles sedientos, están los relámpagos a los lejos. Cerca no nos gustan tanto. Es que a veces las nubes se acuerdan con violencia de nosotros y destruyen caminos y vidas (luego vendrán las ayudas del gobierno). No pasa a menudo, pero sí con regularidad de décadas, que son quizás los segundos de los eones. Nosotros estamos aquí aguantando unas pocas lluvias. Miramos nuestra riqueza nocturna a través de la ventana, escuchamos el sonido amable, que para nuestras vidas es el amor del cielo. Entonces también nos acordamos de que tenemos que amar nuestra tierra. bendecida por los desvelos de nuestros padres. Lo que, no aspiramos a mucho, esperamos que puedan decir también los hijos.

1 comentario:

Susana dijo...

Que cosas tan bonitas pones algunas veces