y el infierno es el otro, o sucede el infierno cuando están los otros y entran en juego la competencia y las valoraciones. De ahí el mal banal, que viene sin porqué a causa de simples trayectos cotidianos, de bajar en el ascensor o de un cruce incomprendido de miradas. Entendía ayer, y hoy casi lo he olvidado, por qué aquel profesor de universidad tan extraño (le llamaban Black Sabbath; 31-03-12) nos dio a la vez un texto sobre el mal radical en Kant y unas fotocopias de H. Arendt sobre el juicio a Eichmann. Es uno y el mismo asunto: basta que los judíos, o los moros, o los feos, o los jornaleros andaluces del 36 estén ahí (ponga Vd. religiosos también) para que se desate la espiral del odio que viene a destrozar el paraíso de la isla lockeana que vino a inaugurar Robinson C. o que quiso administrar Don Q. en uno de sus viajes.
Basta con estar, una simple mirada el día que te levantaste con el pie cambiado y sale la quijada de plomo a poblar de caínes el paraíso y no hace falta ni siquiera un dios que sancione, sino que sucede todo a causa de la misma sinrazón que puso en un universo helado una isla y unos hombres
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