Han transformado los hermosos kioskos de los paseos y calles más o menos céntricas, con las revistas y artículos diversos expuestos al mundo y a la luz (¿la habrá más pura que en mi capital?) en sitios cerrados y correctos donde nunca más entra el aire y ya dan ganas de salir corriendo de allí, de entrar ni hablamos. La fealdad se abre paso, perfecta dominatriz.
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