16 de septiembre de 2011

Que el dios existiera...

... y se habría hecho materia de luz y de aire, del fuego del sol y de la tierra que desciende hasta el mar, según la perspectiva de la calle, conforme enfilas la cuesta.

Que el dios existiera y hubiera permitido los encuentros. Que pasaran los años y al cabo hubieran quedado unas pocas palabras verdaderas, y la amargura se hubiera deshecho como hoja de ceniza. Que al final de nuestros deseos se abriera una puerta y que se pudiera amueblar una pasión tranquila con largos paseos por la avenida de la ciudad que desconocemos. Volveríamos muy tarde y dormiríamos, vencido al fin yo por la alegría, esperando el sol del día siguiente, habiendo olvidado yo, que soy mayor, el final trágico de las historias. Séame concedida esta veleidad, Señor, si soy piadoso, y concédesela también a otros.

Habríamos olvidado los pronombres cuando hubiéramos dejado atrás el dolor de lo que tantas veces, ignorantes, anhelamos. Seríamos Dios nosotros, y los hijos que da la tierra. Desaparecidos el salobre en los ojos de una madre y el nudo en la garganta de los hombres que apenas lloran. Sea santificado el dolor si sirve, con medida segura, a este buen fin.

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