24 de septiembre de 2011

Permita que le copie...

... la cita de Rilke:

“Para escribir un solo verso, es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento hacen las pequeñas flores al abrirse por la mañana. Es necesario poder pensar en caminos de regiones desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas que hacía tiempo se veían llegar; en días de infancia cuyo misterio no está aún aclarado; [...] en mañanas al borde del mar, en la mar misma, en mares, en noches de viaje que temblaban muy alto y volaban con todas las estrellas -y no es suficiente incluso saber pensar en todo esto. Es necesario tener recuerdos de muchas noches de amor, en las que ninguna se parece a la otra, [...] Es necesario aún haber estado al lado de los moribundos, haber permanecido sentado junto a los muertos, en la habitación, con la ventana abierta y los ruidos que vienen a golpes. Y tampoco basta tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar que vuelvan. Pues, los recuerdos mismos, no son aún esto. Hasta que no se convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que en una hora muy rara, del centro de ellos se eleve la primera palabra de un verso…”

Hace ya tiempo que no leo a Rilke. Tendré que volver. No siempre lo entendía, o no llegaba a entenderlo rectamente. A veces se ocultaba el sentido. A mí y puede que a casi cualquiera. No olvido la impresión siguiente: que lo que Rilke consigue es hacernos a todos un poco mejores, en la medida en que va haciendo que nuestra mirada se convierta hacia lo importante, lo verdadero, lo profundo. En ese giro de la mirada (ojos, mente) nos vamos haciendo una idea de los límites, y este saber no nos humilla: hay un orgullo en nuestra consideración de mortales, que nunca llegarán a nada porque no tienen por qué, pero sí deben mantener la dignidad de querer ver las cosas de este mundo, cuanto más hondamente mejor, y albergar, a causa de esa misma y difícil comprensión, la esperanza de convertirse en seres más tolerantes y compasivos. Naturalmente que todo este asunto no tiene nada que ver con ninguna experiencia de religiosidad, ni pagana ni del Libro. Corresponde a una actitud: la de ser paciente con uno mismo y con todo lo demás. Apertura, al mundo y a los otros, expectación, confianza en el mañana y en el segundo siguiente. Pensar que aunque todo venga difícil aún hay algo en nuestras manos: la posibilidad de introducir un poco de belleza en lo que es, un poco de agua fresca en terreno seco. Ojalá que nuestra intención se acompañara de moralidad, pero desde hace tiempo pienso que la bondad íntima es inconmensurable con su resultante en actos. No hablo de intenciones...

Volver a Rilke: tan admirable en verso como Shalámov en sus relatos. Nada que ver. O sí: la presencia ubicua de Ella, la dama oscura.

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