No soy conocedor del tema, y no sé bien por qué en este agosto de 2011 tendría que ponerme a escribir algo acerca de la figura de Bartleby, el escribiente, el personaje de Melville. No he leído Moby Dick, lo mismo que desconozco tantas cosas. A estas alturas no tengo miedo en reconocerlo, no me importa descubrir mi ignorancia, mis ilimitadas carencias. Quizás por esto me atraiga ahora pensar de nuevo, y escribir algo, acerca de Bartleby. No soy un teórico con títulos, ni un narrador con obra. Eso me da igual. Tengo curiosidad, como la mayor parte de las personas antes de que las escuelas y el trabajo la desequen en beneficio de la economía. Alguien, todos al fin, entra en el sistema productivo con fines reproductivos (del sistema social). No existe un objetivo mayo y aparte de esta feria de los días que los seres humanos ocupan en la tierra, durante un plazo que desconocen, que desconocemos todos. Tengo curiosidad, no he renunciado a instruirme a mis 44 años largos que no esperan gran cosa, y me llama la atención el afecto que le va cobrando el abogado titular de la firma a Bartleby, aunque le desobedezca, o exactamente porque le desobedece. Porque algo se nos resiste lo acabamos amando o necesitando, sin que eso implique otra cosa que un continuo desvelo y más ignorancia. Bartleby nos parece incomprensible: impone su condicional de negación a todo aquello que se le dice o se le solicita. Sin embargo no es un condicional estricto, a expensas de que alguien, alguna vez, le ordenara algo. Se trata de hechos consumados: Bartleby desobedece por sistema, sin dar razones de su conducta, cada vez que se le pide algo. Su inactuar es un continuo desacato. ¿A quién? A la Creación misma, si se pusiera por delante. ¿Por qué algo y no más bien nada? Bartleby parece que ha optado desde siempre: nada, no, nunca.
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