Ante la imagen del pasado, el historiador ha de sentirse tocado, punzado, atravesado y movilizado incluso físicamente. La imagen dialéctica benjamiana funciona de modo muy semejante a como lo hace el punctum en la fotografía según Barthes, atravesándonos y tambaleándonos porque “reconocemos” algo nuestro que está en la imagen, algo que está allí y que debería estar aquí, una familiaridad extraña muy cercana al unheimlich freudiano.
Escribir, ¿para qué?
Uno:
Escribir como una manera de actuar. Escribir porque el tiempo sigue abierto. Escribir sobre lo no resuelto para que al menos las preguntas sigan abiertas. Porque ya no es posible contestarlas de una vez y para siempre. Siempre hay flecos, lugares oscuros, no resueltos, interrupciones que quedan para otro momento, para otro escritor, para ser retomadas, como un regalo, como un ofrecimiento, o, mejor, como un mandato, como una llama que no debe ser apagada. Escribir quizá sea entonces la forma de transmitir la pregunta, de volver a elevarla, de intentar que el eco no cese, aunque la pregunta nunca tenga una respuesta satisfactoria. Al fin y al cabo nuestro poder mesiánico es débil.
Dos:
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