7 de marzo de 2011

Teodicea, III

Alguien espera, eternamente, cualquier estación de la llegada o del olvido, a que lleguen. Fuma un cigarrillo, quizás sufre y quizás esté solo.

¿Por qué nos anclamos en los instantes? Yo, que soy tan estúpido que no soporto verte sola, ahí plantada, mientras dices que esperan a que llegues. Llámalo deber o como quieras. ¿Por qué voy a tener miedo de mi tentación de la inocencia? Si no creo en la verdad, yo no veo cuál ha de ser el sentido de creer en su ocultamiento previo. Che sará, sará.

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