Cuando cumplo con mi deber, con lo que estimo que es mi deber, cumplo con lo que creo que es mi deber y ya está. Nada más. No me siento digno de ser más feliz. Ni siquiera me siento mejor. Si cabe, me puedo sentir hasta más mezquino. Aunque yo no haya bombardeado aldeas ni legitime guerras. Ni esté pensando en hacerlo, como tampoco espero que me recompensen por el bien que haga, si soy capaz. Hacer lo que consideramos que es nuestra obligación no está exento de consecuencias desagradables, dolorosas, etc. Por eso, nada más que como partícipe o testigo de los acontecimientos, por eso y sin necesidad de añadir otras cosas siente uno mismo que se le pega la mezquindad, que cualquier trato con lo incorrecto ensucia.
En nada ha cambiado la existencia, en nada hemos ganado para nosotros. Nos limitamos a efectuar un cálculo mental de la consecuencias posibles de los actos (de los actos ajenos; que otros nos juzguen a nosotros) y vemos, ensuciándonos el alma, que es mejor así, que más vale un colorado que cien amarillos. No me consuela, y solamente espero, delicia pura, que me vuelvan a contar un disparate. De las cosas que hacemos porque no las sabemos.
2 comentarios:
Y ahí se entiende la frase de Prosper Mérimée "La metafísica me agrada porque nunca se acaba".La ciencia de la conducta, tan distorsionada tan königsbergiana, sin embargo, al parecer ese invento congelado no ha podido ser superado...
Y ahí se entiende la frase de Prosper Mérimée "La metafísica me agrada porque nunca se acaba". La ciencia de la conducta tan fría tan königsbergiana sin embargo insuperable.
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