Hasta cuando dejo un papelito doblado en el asiento del bus para deshacerme rápido de el, siento que rompo la ética kantiana.
Sobre todo en asuntos así, amigo mío. La minucia deontológica koenigsberguense (las chorradas de Kant) es un equivalente anticipado (un fragmento preñado de futuro) del mundo soñado del otro K., el desterrado de Praga, del universo en que todo es culpa, en que la existencia ya es mal y no hay remedio. Se empieza con una obsesión estúpida por no quebrantar los reglamentos y se acaba deseando habitar en el mundo de un paranoico y creyendo y difundiendo que su sistema cerrado de pensamiento es la ciencia del porvenir. Escrito: un liberal de aldea.
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