Pienso que nada tengo, que nada existe, que nada soy. La verdad consiste en esa negación múltiple y sin resquicios. Nada, y así soy un nadie. Uso mi pensamiento, para nada.
Segundo nivel: contemplo desde fuera mis dudas, en tercera persona como si dijéramos... Yo soy el que duda, yo soy. SOY, YO. Estoy ahora mentando mi pensamiento. Nada más. Esa existencia (de)mostrada (ser, yo) no pertenece más que al lenguaje o al pensamiento. A ningún sitio, a nadie.
Que hubiera un tercer nivel, que mencionara mi mención, que yo supiera que yo sé que soy en mi duda, cuando hay duda... no me arraiga en ninguna tierra, en ningún suelo seguro. Únicamente muestra el abismo al que se condena el pensamiento abocado a buscar certezas desde sí. Causa sui y no dios.
Un salón de espejos. ¿Por qué voy a suponer que existe un modelo original que se repite? ¿Por qué no una proyección inducida- muñecas rusas sin fin? Sabe un espejo que lo es, que es, cuando se contempla o se diferencia de otro. Esto mismo le pasa al otro espejo. En este vértigo, al final, no se cobra ninguna certeza.
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