3 de noviembre de 2010

O. D., V, Ein Trieb

De vez en cuando conocemos que realmente solo tenemos obligaciones hacia los seres pequeños. Los grandes nos hemos vuelto demasiado distantes,  a causa de la incomprensión de nuestros hechos o en razón del tiempo. Pero los niños... los niños guardan en su memoria de cera, aunque en realidad tiene la dureza del bronce, el daño que les hicimos y el calor que no sintieron. Luego podrán, a su turno, cuando sea irrecuperable, infligirnos esa misma herida. Responderán a nuestra injusticia con su recuerdo. Yo no quiero eso. Es por lo que esta mañana me acordé de ti, me desvié del camino y enfilé hacia la avenida. Y supe que eso estaba bien, que era lo que te debía y que el resto sea en silencio.

¿Sabrás alguna vez que esta decisión mía fue más verdadera que el susurro de hojas que me envía los mensajes en las tardes de paz? Que por un momento suspendió el tiempo y mis estúpidas pasiones. ¿Quién me habló esta mañana? ¿La conciencia? Pero si se me ha muerto. Habrá de ser la pregunta que pones en tus ojos cuando callas y que yo no veo cuando esperas (coches de choque), la acusación que me haces cuando te hago llorar (y en ese momento a un niño se le echa el mundo encima, lo que será para nosotros el infierno).

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