Un hombre, decís. Pero, ¿qué es un hombre? Yo no lo tendría por tal si no ha conocido la angustia, las alas de plomo (sí, tener alas, como todos los hombres, pero alas trabajando contra el vuelo). Yo no diría que lo conozco si lo que queréis es referiros a alguien que no ha recorrido (?) las plazas públicas, los bancos desiertos de noviembre, una vez que el sol ha abandonado el mundo en esta parte que suscribe. Si no tenéis en mente a alguien que en su mente piensa pensamientos. No hay nadie por las calles, solo este conocido que pasea y divaga, y piensa porque escribe y escribe porque piensa. No podría, ahora, hacer algo diferente a dar curso libre a sus pensamientos y escribir. Escribir como quien respira. Sin pensarlo. Como quien alienta, sin querer ir má allá. (En su caso, escribir no pertenece a los museos ni a los visitantes de los museos; deslizar las manos por el papel lo debe a a la fisiología pura.) Un hecho en el mundo, brutal y desnudo, sin más valor que el martirio: detrás de la barra, la camarera (¿brasileña?) que juega al dominó con el hombre maduro que es como yo, que escribo sobre el hombre desconocido. En la mesa de al lado una pareja de muchachos se entrega la ficción o inexactitud del amor.
El martirio es la vida en las ciudades pequeñas, al llegar noviembre y haberse puesto el sol y volverse las noches interminablemente largas. ¿Se reconoce que decirlo es un menester sagrado, un regalo o un don que no es nada sencillo? Yo soy el hombre que escribe y casi estaría tentado de decir que soy el honmbre que desconocéis, y hasta todo aquello que veo o que finjo. Pero como, en el fondo, solamente digo verdades, te gusta esto que lees.
1 comentario:
Y yo que tengo puesta la ilusion en alguna pequeña ciudad, para no escribir nada. Pasear, mirar,y mirar.
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