19 de abril de 2013

Dispendio de la riqueza otorgada, tiempo


Está bien perder el tiempo los viernes por la tarde, desconectar, nada más que hasta mañana por la mañana, sábado, y ponerse con los exámenes, está bien, pero no de este modo. La conexión de internet, básicamente nefasta.

El dios es un niño que juega, no sabemos si con arena en una playa, distraído de los cuerpos abrasados y de las sardinas en la plancha, o a los dados, como un aprendiz de trilero que barrunta en el arrabal si quizás podrá llegar a Las Vegas, que no conocemos si pretende (el pequeño jugador, obra de Dostoievski antes de contarnos el crimen y la redención mendaz, que dirá Nietzsche el negador en apariencia risueño, un histérico al decir de las comadres psiquiatras, capaces de medrar al abrigo de tentaciones totalitarias en los terribles inviernos de los 40 en una patria frustrada que es la mía y de mis padres muertos) hablarnos de la condición trágica de la existencia o de las leyes matemáticas que rigen el mundo y transmutan el caos en cosmos, dándonos la ilusión de la objetividad, de los hechos (positivismo, Dickens, Wittgenstein, ¡te parece a ti la surrealista enumeración o yuxtaposición insensata de memes culturalistas!)…
El dios tiempo es un niño que juega, aparentemente domesticado en el cronómetro que llevan despreocupados en torno a la muñeca, ouróboros y no lo sabes, la serpiente que te convence y le regalas el alma… y sin esperártelo, a destiempo, que ironía, la calavera y el gesto de Hamlet en el camposanto, ser o no ser, cuando en realidad tendría que haber dicho ser y no ser, dado que la vida nunca nos ha sido avalada a pesar de las promesas en contrario de los gobiernos y las religiones, si esta conjunción no revela ya una redundancia. Para nosotros, que amamos la religión que arraiga en la piel, como un río que allí nace y muere (en la alegría y en el dolor, en el error y la esperanza), en Argel o en las costas de Almería.

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