Soy un déspota que humillo continuamente a mi cuerpo, lo someto al hambre y la falta de sueño, lo despojo de sus derechos... Sin embargo, no puedo ejercer la autoridad (yo) sobre mis mismos pensamientos (que serían, deberían ser, mis hijos más obedientes). Debo imaginarme que aquí existe una especie de injusticia, que en el desequilibrio entre el centro y la periferia cogitantes radica el origen de la enfermedad, y que esta surge como una especie de pago por algo. Por el uso de la libertad, o puede que por no saber entenderla ni aplicarla en el interior.
De la falta de dominio vienen los males. De no saber poner límites.
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