¿Y cómo podría negar que estas manos y este cuerpo sean míos, si no es quizás igualándome a esos insensatos cuyo cerebro está de tal modo turbado y ofuscado por los negros vapores de la bilis, que aseguran constantemente que son reyes, cuando son muy pobres; que están vestidos de oro y de púrpura, cuando están completamente desnudos; o que se imaginan ser un cántaro, o tener un cuerpo de vidrio?. ¿Pero qué? Ellos están locos, y no sería yo menos extravagante si me guiase por sus ejemplos.
De lo cual ¿se deduce la locura erótica si afirmo que tu cuerpo es mío, con todos los efectos consiguientes? Porque lo mismo sería imaginarme que estoy hecho de hielo o de luz que estimar, en la plenitud del desorden de la existencia, que no soy capaz de diferenciar mi alma de tu piel.
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Orden del pensamiento Vs. orden de las cosas (en el prólogo)
... acaso pudiera decirse pertenecen también a la naturaleza del alma.
A esta objeción respondo que no era mi intención, en aquel lugar, excluirlas según el orden de la verdad de la cosa (de la cual no trataba por entonces), sino sólo según el orden de mi pensamiento; de manera que mi sentido era éste: que nada conocía como perteneciente a mi espíritu, sino que yo era una cosa que piensa o una cosa que tiene en sí la facultad de pensar. Pero explicaré más adelante cómo es que, puesto que no conozco otra cosa que pertenezca a mi esencia, se concluye que, efectivamente, nada más le pertenece.
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De la actitud natural como enfermedad; de la salud como suspensión del juicio.
Esto es, que en algunos momentos de la historia, de crisis, confusión, irresolución, etc. debe intentarse una indagación del significado (búsqueda de ciencias, de lenguas, de Estados o filosofías perfectos; como pidiendo que Dios retorne en la materia de una institución de los hombres); y que ese intento tiene que cobrar la forma de un diluvio, de arramblar con todo y con todos, burlándose cínicamente del saber o, por el contrario, haciendo de hormigón cualquier estamento antiguo para que en esa roca afirmada cualquier hombre haga de Moisés y atisbe patrias. A esa voluntad aclaratoria se le asigna un género de la Escritura por parte de Los que saben: "Meditaciones". Metafisicas, cartesianas. Una espiral en la eternidad de la esencia humana. Pienso en el tiempo con la figura de un temblor que se expande y vibra como una onda, sólida, de agua o de metralla. Mortífera casi siempre.
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