Muy pocas cosas valen más que un fragmento de filosofía perenne.
Por ejemplo: La idea de principio en Leibniz, de Ortega. Rara felicidad de las cosas pequeñas, mínimas. Beatitud de la prosa.
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Pasa un día y se olvida el recuerdo de Nueva Inglaterra, lugar donde no hemos estado. Excepto con la imaginación deseante.
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En efecto, adoramos la epistemología. Y los libros.
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