Primeras personas
Nada más comer nos llamaron a formar al extraño pelotón, y nos llevaron a la sala de oficiales, el bar privado de los militares con estrellas. Cada nivel jerárquico tenía su propio emborrachadero (¡qué otra cosa se podía hacer para matar el tiempo encerrados en el cuartel!). Los suboficiales tenían también su sala, y el resto íbamos al Hogar del Soldado, a beber el vino de la peor calidad. Entrar en el sancta sanctórum de la oficialidad era otra de las cosas extrañas que nos estaban pasando ese día. Allí nos esperaba el oficial más antiguo, un teniente primero de avanzada edad, procedente de la escala de suboficiales. Teniente primero era un grado extinguido, darle ese grado era una forma de no ascender a capitán a ese advenedizo chusquero salido de la tropa y ascendido a fuerza de años (y supongo que de mucho esfuerzo; además, parecía buena persona). También estaba, con uniforme de camarero, un soldado asignado al servicio de la sala de oficiales. Estaba sirviendo coñac en numerosos vasos, se entendía que eran para nosotros (creo que marca Soberano: era "cosa de hombres"). Pero estaba muy nervioso, la mano le temblaba y derramaba más coñac encima de la mesa que en los vasos: este chico también sabía de qué iba aquello.
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