Estoy siguiendo, bueno, más o menos, la serie que dedica I. C. a los entresijos del poder valenciano, muy probable sinécdoque de las Hispaniae, más o menos como diría A. E. si quisiera, y hay apuntes que me llaman la atención. Los gestos de F. Camps, verbigracia. Un comportamiento en el Tribunal que le juzga que está a punto de que le saquen la roja/le acusen de desacato. Si se mira bien nos tiene que provocar una vergüenza casi íntima (esencial) la caída, si lo es, de los personajes políticos, que en algunos casos efectivamente lo es y les cuesta hasta el pellejo (¿habrá representaciones más inquietantes que el de ligar el futuro de la democracia egipcia a una imagen en que una señora cubierta con el pañuelo sujeta una foto de Mubarak con una soga alrededor de su cuello?)*, nos tiene que avergonzar, digo, ver a quien estuvo encumbrado comportándose como un chorizo o vándalo cualquiera. Seguramente no lo es ahora, pero tampoco tuvo que estar encumbrado antes. Ni este político ni ninguno. Los representantes deben limitarse a serlo y debería quedar proscrita este aparentemente definitivo abandono del ideal democrático ateniense que ha convertido la delegación temporal en las Asambleas en una nueva casta. Dos mandatos seguidos, con un buen sueldo para que no se diga, y a tu casa, sin derechos adquiridos ni puñetas, y que vengan otros. Mientras no, pues lo que decía Ortega de la idolatrada República de los trabajadores del 31: No es esto, no es esto. Ni lo va a ser.
*No soy yo nadie acordándome de las fotos! Para tenerme por testigo.
*No soy yo nadie acordándome de las fotos! Para tenerme por testigo.
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