Desfaciendo fechorías, y a sus fautores
Y así con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efecto lo que deseaba. Fue a ver a su garaje, y allí encontró un motocarro, que aunque tenía más años que su excelencia la duquesa de Alba, y más bollos que el yelmo de don Quijote, le pareció que ni un Ferrari con él se igualaba. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría, y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Trepidante. (J. M. Ridao)
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