12 de agosto de 2011

De los signos a las cosas

En torno a un dios, decía Nietzsche, todo se vuelve mundo.

Antes del dios, ¿qué es lo que había? Quizás una ausencia de mundo, quizás otra presencia de dios o de dioses.

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Escandalizarse por lo que no se comparte. Uf, qué miedo! Si lleva a intentar que se comparta lo que uno ve normal, el mundo de uno-dios. Yo soy escasamente creyente, si no es en el dios del sol y el del mar, el de la brisa y un vaso de vino, el de los amores y las derrotas, el de los niños que juegan. Yo soy un pobre pagano que ha madurado mal. Quizás las olas, la lluvia, traigan remembranzas de una fe que a mí se me ha olvidado, quizás porque nunca la tuve o no me vino en los genes. Pero, dios mío del que tan honradamente dudo, que necedad ponerse a protestar por las creencias de otro, porque se vean y porque haya alegría, con lo fácil que es ponerse a discutir (perdón, argumentar) sobre la base o no base de las creencias religiosas. Quien se escandalice, que lea. Y que luego piense.

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