1 de marzo de 2011

Lockean@

Leyendo lo que escribe John Rawls (1921-2002) acerca de John Locke (1632-1704) y su refutación de Robert Filmer (1588-1653) en (lo queda de él) el Primer tratado sobre el gobierno civil pienso en lo que algún otro (¿Laslett?, ¿el autor de la contextualización en la ed. Tecnos?) escribe acerca del sentido común de Filmer: nunca ha existido ni existirá algo así como un estado de naturaleza. Rawls, a propósito, utiliza la expresión "historia ideal". (Qué aficionados somos los filósofos a los contrafácticos, a los experimentos mentales!) Pero es que, ad+, pensando (es un decir) en lo que escribe Rawls acerca de la crítica lockeana de la tesis filmeriana sobre el origen divino (patriarcalista, de Adán en adelante) de los reyes, en todo ese absurdo mitológico que el filósofo norteamericano me pone delante de los ojos (Lecciones sobre la historia de la filosofía política, Paidós) no puedo evitar observar una sustancial verdad: nos resulta inconcebible un proceso de hominización sin un correlativo proceso de humanización. Nunca ha existido una naturaleza humana, cuestionar su misma existencia (plantearse seriamente su real posibilidad) ya es denegarla ab initio, nulla humanitas sine cultura, etc. Pensar así, creer de este modo, descreyendo de una esencia humana eterna, de ninguna forma bloquea la posibilidad de existencia de un ius naturalis... en la medida en que éste radique en la proyección de la efectiva e imperfecta realidad de una codificación ya existente para cualquier momento histórico imaginable, como un infinito demandado por nuestra inevitable y trágica finitud.

Last but not least: la potencia del experimento griego, de ese libre pensamiento que descree de los dioses escondidos, no debe ser ajena a que un pobre hombre como yo considere como verdaderos amigos al temible John Rawls y al delicado John Locke.

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