6 de mayo de 2010

La verdad

No encuentro otro fundamento distinto o superior para los juicios morales que el de la vergüenza que puede sentir un padre hacia su hijo (lo que resulta extensible a los jóvenes en general). Como adulto se aprende a ser fatalista, resignado o comoquiera que pueda denominarse la renuncia. Solamente en este sentido, en el del desprendimiento de todo aquello que no se ciña a la supervivencia cuasi biológica, querríamos ser un modelo para los hijos, o para los jóvenes.

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Aunque quizás no haga yo otra cosa que proyectar la vergüenza que siento, retrospectivamente, hacia los padres. Cuyas obligaciones, cumplimiento, entrega y amor pueden resistir sin excesivo daño los embates del ateísmo (en la práctica). Tampoco se necesitan altares: a lo más un ápice de recuerdo y un PC.

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