30 de mayo de 2010

Eternidad de la tarde

Debió empezar a finales del mes de mayo de 19**. Mi padre no podía oír el ruido, pero sí notar las vibraciones y un olor acre llenando el aire. Desde entonces, D***, el niño de ochenta años (¿murió su amigo?), espera sentado en el escalón, a un lado de la calle o al otro, a que alguien se decida a llevarlo por el camino de La A. Si no se pone a andar él por su cuenta. Quiero creerlo así: que empezó entonces, en una tarde como ésta en la que no estaba yo.

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