6 de mayo de 2010

Esto hay

La casa está –estos paredones inmundos, desconchados, caídos a trechos, apuntalados en otros- a un km- escaso de donde yo vivía. El matrimonio tenía, si no me falla la memoria, cuatro hijos. Al mayor no lo conocía. Debía haberse ido fuera, pronto, a trabajar, no sé si desentendiéndose de este lugar. De los otros tres había dos que no estaban bien. Uno era deficiente. La hermana, sordomuda. La madre murió una noche. A la mañana siguiente me dijeron que los gritos de la sordomuda alarmaron a todos los vecinos. Debía ser que la carencia de oído y de lenguaje articulado no le había mermado el sentido de la piedad. Debía ser. Se fueron los dos hermanos, algún tiempo después, con el otro, el que estaba bien y que yo conocía aunque no demasiado. (Yo no sé lo que habrá sido de ellos, pero esta tarde me he vuelto a pasar por delante de su casa y no me ha parecido inoportuno dejar -aquí- mi modestísima huella de su paso por el mundo. Pues yo no conozco otro asunto mejor que hacer.)

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