19 de enero de 2007

Tesis 10, WB

“Los temas de meditación que la regla monástica señalaba a los hermanos tenían por objeto prevenirlos contra el mundo y contra sus pompas. La concatenación de ideas que ahora seguimos procede de una determinación parecida. En un momento en que los políticos, en los cuales los enemigos del fascismo habían puesto sus esperanzas, están por el suelo y corroboran su derrota traicionando su propia causa, dichas ideas pretenden liberar a la criatura política de las redes con que lo han embaucado. La reflexión parte de que la testaruda fe de estos políticos en el progreso, la confianza que tienen en su «base en las masas» y finalmente su servil inserción en un aparato incontrolable son tres lados de la misma cosa. Además procura darnos una idea de lo cara que le resultará a nuestro habitual pensamiento una representación de la historia que evite toda complicidad con aquella a la que los susodichos políticos siguen aferrándose.” (Walter Benjamin, Tesis 10)

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La meditación obedece a reglas privadas, como resultado de una soledad enfrentada al mundo social. Por lo tanto, a la opinión pública.

Se recogen las ideas de la calle (i. e., se retiran a descansar), desconfiando de la libertad de prensa: de la palabra profusa, excesiva, excedida...

Nos parece sencillo (pero ¿quién nos pide hablar?) identificar la misma confianza de principio e idéntica burocracia final en los desarrollos tardomodernos que conocemos en la actualidad.

Las mismas credulidades, dudas, sospechas... Aquí debe haber algún error!

(Creyendo en el progreso no se comprende ninguna idea. Esto no pertenece a las actividades mentales, a la libertad. Se trata de una superstición, de una fuerza de la costumbre. Qué difícil es intentar que desconfiéis de las queridas costumbres, del comfort! Tengo para mí que es muy difícil desaprender lo inconveniente.)

Ni post ni ultra ni hiper , todo lo cual supondría un añadido, del que existen fundadas razones para sospechar acerca de su legitimidad. Aceptando la condición del epígono (pues hemos llegado a creer que nos gusta, esa pasión entibiada; nos hace acordar con el tiempo), no se nos ocurre ambicionar nada más, y la confianza que podemos albergar -todavía- no se fundamenta en la idea del progreso, sino en un entendimiento abierto del tiempo, incomprensible, signo -por esa razón, por esa contradicción- de vida.

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Un pensamiento que se ha retirado voluntariamente del prestigio social, consecuentemente ascético, libre de tentaciones, ha sustituido coherentemente el mundo por dios: un exceso de ruido por una plenitud de silencio.

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