24 de enero de 2007

MASG, o la redención educativa a través del tormento y el fuego, II

"Voy a plantear algunas razones por las que merece la pena ser profesor hoy (digo profesor y no maestro para incluir en el término a docentes de todos los niveles, aunque me gusta la palabra maestro). Razones que voy a agrupar bajo seis epígrafes." (M. Á. Santos Guerra)

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No diré nada de la encantadora y convenientísima igualación entre profesores y maestros, aunque el catedrático guste de la "palabra maestro". Claro! Yo también. Como gusto de la palabra "rosa" y de la palabra "amor". Pero, ¿gusta él de las acciones del maestro/profesor? No diré nada más que esto.

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"Porque es una tarea imprescindible: enunciamos problemas sangrantes de todo tipo. Buscamos soluciones en mil sitios. Y olvidamos frecuentemente la educación como medio supremo. Hacen falta, pues, profesionales (los mejores de un país) capaces de ayudar a las personas a crecer, de enseñarlas a convivir, de abrirlas el camino del bien y de la verdad." (MASG)

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Se trata de desempeñar las razones, de sacarlas del baúl de los sabios. Por eso, se le agradece que una la ciencia a la didáctica: "seis epígrafes". Pues así ha de resultar mucho más sencillo y agradable (simplificado) a nuestras inteligencias pequeñas. El primero de los epígrafes ya tiene que dar el tono de la argumentación, una atmósfera, la calidad propia de la que ha de vivir el discurso en sus vaivenes futuros, en mis exégesis, en sus peligros... Mas el experto no teme a la lógica. Quiero decir que no teme sus reglas, que no le importa cumplirlas o incumplirlas. Descubrimos un primer mar: el profesor es imprescindible. Aunque podía no serlo: China pudo sobrevivir a la revolución maoísta, a la deseducación radical. Me temo -ahora yo- que el profesor es imprescindible para poder contar con una primera víctima de los discursos de la polis, de la praxis de los políticos. Dejemos eso.

Admitiendo que el profesor sea "imprescindible", de ninguna manera se puede concluir que sea suficiente, que represente la "solución". Las condiciones necesarias no acostumbran a ser suficientes. De hecho pueden ser plenamente estériles, como muestran (no es cuestión de razones, sino de obras... que son amores) ciertos indicadores. Sin embargo, el experto no pretende apuntar una "solución" con un significado lógico-matemático, sino la desaparición de los problemas, "sangrantes". Acabáramos! Nada menos! Debe haber olvidado, es tan corta y sabia su memoria, los fundamentos (siquiera subjetivos) de la queja docente, ese malestar tan denostado, tan impropio y poco fino (porque las ovejas no deben balar...): que la supuesta solución educativa de todos los males constituye justamente el problema, que la institución escolar es enteramente problemática -desde sus mismos cimientos, el edificio entero-, que no sirve para lo que debe servir, porque la educación es, ante todo, reflejo de un gravísimo problema social, y yo no pretendo extraer conclusiones ni hallar soluciones, sino indicar que la correlación de hechos puede ir en los dos sentidos, que por eso es una correlación y no una conexión causal, una legalidad científica establecida (¿qué experimentos hay para ello?). Nada menos que el protestantismo ha sido puesto en relación con el capitalismo, pero no como un efecto ideológico del capital, sino como uno de los factores causales de/en su aparición. Entonces, ¿quién soy yo para evitar pensar que la dirección causal correcta es la que va del interés social hacia los buenos efectos (prácticos: resultados, realidades) educativos, y no al revés. ¿Se le ha ocurrido al experto preguntar a la gente, por mor de conocer sus intereses, de primera mano; por mor de ver si arraiga en sus cabezas esa mentalidad típicamente protestante que se traduce en el esfuerzo por saber, ese mismo esfuerzo que traspasan a sus hijos como la mejor herencia, a veces la única y enamorada herencia? Porque estas cosas pasan. ¿Pasan en España?

La educación... "medio supremo". Por Dios! Qué atrevimiento! La educación sólo puede representar el fin supremo, el lugar final de cualquier interés previo, del entero amor que la vida (humana) puede depositar en el saber. Pensar lo contrario es imaginar coartadas, planificar excusas, esas ruinas futuras que ya queremos tener aquí de forma irresponsable (¿cómo se puede tener pasión por la ruina?). ¿No se nos ha dicho que somos libres? Y pretendemos, con las instituciones escolares, ser modelados como plastilina, querer ser plastilina.

El final de la razón primera es plenamente consecuente:

"Hacen falta, pues, profesionales (los mejores de un país) capaces de ayudar a las personas a crecer, de enseñarlas a convivir, de abrirlas el camino del bien y de la verdad."

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