5 de enero de 2007

Grandes mandatos

“ ...nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia.” (W. Benjamin, Tesis..., 3)

Se convoca (cita, reúne, relata...) el pasado, para la felicidad y la salvación, indistinguibles. Se habla de la existencia de una fuerza depositada en cada una de las generaciones, y del vínculo presente y actuante que las une. ¿Cómo puede hablarse todavía así, si no es manchando la verdad, fingiendo que se cree?

En el presente, ahora de la conciencia, se juzga como si fuera el final: se tiene vocación, o es que el mesías está ausente y se proyecta la gran vocación que debería aguardarle; aunque no está ausente su fuerza, irónicamente reintroducida en el relato, als ob (Tesis, 1).

Lo que saben algunos, la raíz religiosa de la explicación social-histórica, reservado, constituye, no obstante, una fuerza escasa. No se sabe si se podrá evitar la catástrofe. Conviene avisar, en cualquier caso... (Tesis, 2)

El historiador carente de fe reúne todos los hechos: el resultado del juicio (“citation à l´ordre du jour”) los pone en su sitio. No se puede decir que los encadene. Más bien los libera: al entregar el pasado como depósito finalmente significativo, es la realidad histórica (¿por qué no también la naturaleza, la plenitud amistosa de humanidad y naturaleza?) lo que es concedido finalmente a los seres humanos. Entonces, ¿por qué el cronista-historiador lo contaba todo? ¿Qué es lo que esperaba? Seguramente que alguien le agradeciera su fidelidad.

Se tiende a pensar en una disposición metafísica, en un orden oculto en todo lo que sucede, también históricamente. Se trata de una tendencia inconsciente, o que se ha vuelto de esa manera, para lo cual antes hemos tenido que olvidar algo, forzosamente. Probablemente debido a la retirada del escenario histórico-político de la posibilidad real de una ciudad religiosa. Lo que es un acontecimiento magnífico y fundador, que arroja a los seres humanos a su suerte, hasta facilitarles con el arrojo las mismas categorías de su condena filosófica posterior, toda esa sucesión deberá balancearse en frío, siglos después, con la escasa perspectiva que da la vida de la individualidad humana, ajena en su mayor parte al conocimiento histórico, a alimentarlo como su experiencia.

Pero las inclinaciones que no se conocen no son menos activas, al contrario. Casi nada sucede en la superficie. Esto desencadena a su debido tiempo la capacidad del recuerdo: que puede devolver o crear sentidos en los acontecimientos, en la materia neutra de la narración; y denunciar igualmente la misma posibilidad de existencia de unos hechos sin color (vid. Tesis, 4).

Quizás la narración -“los hechos”- no gane claridad (¿nada más que los hechos?), pero sí sabiduría y apertura.

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