31 de agosto de 2006

Un lugar

Querrías fijar lo que escribes en un paisaje amado, en una habitación tranquila, que contiene todos los olores pertinentes. Una limpieza demasiado neutra, al modo del aire que atraviesa la casa y no se queda en ella, impide quizás la puesta en marcha del recuerdo (como empezar a hablar, en la vida o por la mañana). Estoy pensando en un olor a tierra, un espacio pobre e inocente. Aunque tú no lo eres (¿lo eras?) y conoces desde el principio el desagradable aparejo de lo escrito: una timidez convertida en soledad. Lo único que comprendes es como al pasar, o cuando doblas la esquina y no te vuelves: no te pertenece adquirir un significado redondo de lo vivido, que para ti consistiría en ese polvo que acaba asentándose en los muebles de salones cerrados, otras veces vividos y limpios. Reducir las risas, el calor de los cuerpos, a silencio y regusto de polvo: tal puede ser el contenido de lo que alguien escribe, aunque el motivo que lo dispone a escribir pueda ser justamente el contrario.

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