27 de agosto de 2006

A-teología

Privado.
Destruimos a los padres o somos destruidos por ellos: de forma natural opinamos esto último, pues ellos normalmente no pueden responder. Resulta más sencillo pensar que se nos debe, dejando la respuesta para los otros, puesto que les pertenece la culpa, la deuda. Además de ello, mediante la compulsión interpretativa espesamos demasiado los acontecimientos, hasta hacerlos desaparecer, de manera que se acaba escribiendo -sin querer- lo que no es.
Público.
Caballero Bonald, La costumbre de vivir: percibo ahí la literatura como síntoma, si es que alguna vez había dejado de serlo. Más que reflejo, aviso de una enfermedad de la cultura que puedo entrever en al menos dos aspectos: la desaparición de la persona privada, de manera que transparece demasiado el personaje del pícaro; con arreglo a ello, el personaje público se acomoda con excesiva facilidad a las expectativas -progresistas, socialrealistas en el fondo- de la época. La valoración de la cultura europea me parece ya un signo suficiente: Nietzsche como retrógrado. Porque entonces no sé como denunciar toda esa grisura amasada por el franquismo.

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