26 de agosto de 2006

Gracia

¿Por qué esas metáforas prestigiosas: burbujas, globos, espumas? ¿Esferas? (Sloterdijk). Se intenta buscar un nuevo relato, o más bien la forma de un nuevo tipo de relato en el que quepa la disolución de la individualidad: su licuefacción, ficcionalización o vaciedad, el carácter efímero. Cuántos adjetivos a cuenta del fin de la modernidad (edad, época, era)!
Las figuras tienden a ordenarse alrededor de una presencia que se juzga que desaparece, disponiendo el espacio como imagen del discurso, tanto las relaciones como lo que ahí sucede. Aunque no sabemos qué es lo que sucede ahí, ni cómo se puede ligar la desaparición temporal de las cosas a la posición del espacio ante los ojos: así que las cosas se van cuando la extensión que ocupan pasa a primer plano; pues la geometría siempre quita, las cualidades de la emoción o las realidades mismas.
Hubo un tiempo (!) en el que cambió de sentido el progreso. Por lo menos se adoptó una perspectiva diferente acerca del avance, se creyó que no se trataba de las palabras correctas, a las que se otorgaba una connotación demasiado positiva. Hasta la misma crítica se había vuelto positivista: orden y progreso ondeaba en las banderas nuevas de un mundo recién independiente. Dispuesto entonces el tiempo ante los ojos, se vio con horror el espesor de la vida moderna: la multiplicación infinita de las individualidades (esa gran conquista se había vuelto vulgar), la masa o las masas, las muchedumbres; hasta la locura se desplazó de los hombres en singular. El horror y la guerra se hicieron de grandes números, tarea de epidemiólogos (en lo que habían venido a parar los estadísticos: al resolverse la modernidad política en crimen de masas, como una extensión oceánica del mal).
No nos podemos salir de la imagen: construida al hilo de las formas de la intuición, determina todo el saber (y así lo vuelve frágil) sobre la condición interpretetativa de todo lenguaje. Incluso peor: puesto que las pequeñas interpretaciones, desplazamientos, metáforas, acaban dando al conjunto una impresión inequívoca de falsedad o mentira. ¿Un gran relato? Una gran mentira! Si yo no me salvo, sé entonces de mi condición de víctima. Desde antes sabía que muero; ahora conozco las palabras como cadenas del corazón, encerrando ellas el hueco de una idea.
(Por lo tanto: un autobiógrafo que renuncia al significado se impide contar. Tiene que limitarse a fragmentos, escenas.)

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