La conciencia, inflada después, nada más que después, inmediatamente de retirarse, puesta por sí misma frente a Dios y al Mundo; si es que no atrevida en todo e idéntica a toda la realidad, igual al ser divino en dignidad y conocimiento.
La duda sella el inicio de su ambición que lo quiere todo, conocer lo mismo que desear, y concretar el deseo en posesión: también inmediata y evidente. Qué fácil resulta leer, ahora, en la meditación primera -por metafísica-, el fundamento de una libertad práctica identificada con su capricho y sus ocurrencias. De ahí el salto a una política de la conciencia voluntariosa, hasta la falta de límites -pues no los quiere: el desprecio de las palabras del otro, la burla, las bromas; la imposición civil del capricho o la pura ignorancia.
Así que yo no me sorprendo tanto de que la gauche divina -parisina, catalana o madrileña- culmine sus ambiciones democratizadoras en la extensión de la mediocridad y el tedio: pues el que desprecia, el esnob europeizado, constituye el sujeto perfecto en sus calidades individuales de una ciudad multiplicada, masiva, un reino de la cantidad. Un reino abierto ahora a la ganancia de una escritura en marcha, de la que todos pueden ser partícipes porque nadie puede realmente actuar.
El que quiera leer -un ejemplo-, que compare el proyecto memorialístico de Caballero Bonald, que no da mayor importancia a la fidelidad, y que es admirable por el justo atrevimiento paralelo -sintomático- de plantar una conciencia cívica ab initio, con la recreación de Luis Cernuda en Ocnos y Variaciones... El que escribe es un hombre, la persona que hablaba también; la única narración deshace cualquier hilo posible de contenido y sentido: la belleza entera de la e-locución destinada a la desaparición mortal, según un creyente platónico.
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