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21 de agosto de 2006
Ahora no es fácil, nunca lo fue. Pienso en el jinete de Ocnos, atrapado por la tormenta, montaña abajo. Después, una estación transfronteriza recuerda a Luis Cernuda el retorno de la vida, o de su posibilidad, cuando observa a una madre con su hijo. (Aquí no nos queremos fiar de la memoria. Más nos vale.) ¿Cómo no pensar, entonces, en la animalización devuelta a la vida de los pueblos: montaña abajo, el caballo y el jinete, el cuerpo y el alma? Restaurar la tranquilidad es el cometido de la cultura: una pequeña estación que acota el espacio, lo domestica, en otro lugar. Parece una pobre utopía, para quien ha tenido una, la infancia, a cuyo encanto sólo puede acceder la memoria presente sabiendo que se le escapa. Se le escapó la primera vez que conoció el tiempo, intuido, material, puro. Siendo tan pobre, representa todo, no obstante: pues la vida de Cernuda culmina en pobreza, en nada (material). De esa nada viene, sin embargo, el todo del lenguaje, la memoria enriquecida. En ningún momento nos hemos alejado del conocido esquema del conflicto entre naturaleza y cultura (¿de veras conocido?, ¿comprendido?). A la historia pertenece la posibilidad de volver salvaje la frágil dialéctica del amor y el odio... también haciéndola gris, llevándola al aire de un "capitalismo de ficción", que disuelve la identidad en humo.
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