9 de mayo de 2013

Entrar en otro espacio, en otro tiempo

Pero en un tiempo en declive y en un espacio presente que puede ser hasta peligroso. La ironía o paradoja de que un descreído o cínico como yo, un quasi ateo aunque moralista, no pueda acercarse a la iglesia de Las Herrerías, uno de los enclaves mineros de Cuevas, porque un perro de aspecto nada amigable se interpone en el camino. La iglesia que proyectó, sé que no es la palabra, Luis Siret, según leo en el libro de E. Fernández Bolea. La instantánea, es un decir, del lugar, fechada en 1915, ya contiene la decadencia y fealdad del sitio. Pero a mi me ha gustado la visita, queriendo ver en casi todo una figuración de lo presente, pero sin querer creer, aunque lo crea, que al cabo de unos años, los míos y los de todos, de este presente, cuando sea pasado, sol quedarán cascotes y una pareja de visitantes que no sabrán, como tampoco sé yo, leer las huellas de la vida e el paisaje desaparecido.
En el poblado minero de Arteal
, en el trozo de carretera que va desde Las Herrerías a Villaricos, saliendo de la carretas por un camino de tierra, más allá de las plantaciones de hortalizas y el aire sulfatado, se extienden varias calles de viviendas abandonadas. Sólo está en el sitio la poca luz, el silencio y un árbol enorme ocupando el ancho de una de las calles. No hay ventanas sino huecos negros, y un valiente que se ha hecho una casa a lo lejos, antes de las explotaciones que a techos irregulares hienden la sierra. Abandono, y unos perros en manada sueltos.

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